Vocación docente
Querer enseñar, cumplir con todas las exigencias de
una solida preparación implica, estar dispuesto a enfrentar y vencer todos los
problemas inherentes al ejercicio de la profesión y, sobre todo a , ser capaz
de sentir la mayor de las satisfacciones por el simple hecho de trabajar con
estudiantes, eso es tener vocación para la docencia.
Desde siempre han existido personas que al fracasar en
el desempeño de otras actividades, se dedican a la enseñanza como una
última alternativa; también las hay
quienes siendo estudiantes, van de una carrera a otra hasta que terminaron en
el magisterio, o que, incluso se dejan llevar por la vida presas de una
indecisión y se convierten en maestro solo porque un familiar o un amigo lo son. Otras más toman la
docencia como un escalón, como un medio para tener recursos económicos y así
poder estudiar la carrera que si les agrada; o que eligen esta profesión por la
estabilidad (permanencia casi segura en el empleo) que ofrece, y otros más que
la acogen con el único propósito de complementar el ingreso familiar. En
ninguno de estos casos está presente esa inclinación natural o vocación por la
docencia. Desde luego que es posible que algunos puedan llegar a ser maestros;
por ejemplo; aquellos que desempeñaron varias actividades y las abandonaron
para quedarse en el magisterio o en el ministerio, descubriendo que esto era lo
que estaban buscando. Pero estos son la minoría.
Cuando no hay vocación el desempeño se dificulta, el
trabajo es muy duro y los problemas parecen mayores de los que realmente son.
Es por esto que la elección de esta carrera no puede tomarse a la ligera. Son
muchas las preguntas que deben contestarse antes de hacerlo: ¿en verdad se
quiere dedicar toda la vida a la enseñanza? ¿Se poseen todos los rasgos de
personalidad que se necesitan en un maestro? ¿Se conocen los requerimientos de
su preparación? ¿Se cuenta con la paciencia necesaria para el trato con los
niños? ¿Se dispone de las aptitudes indispensables para obtener el éxito en la
profesión?
Si bien es cierto que la docencia proporciona muchas
satisfacciones, también es verdad que a veces nos da decepciones. Se debe
recordar que un maestro se involucra tan profundamente en el desarrollo
intelectual, psicológico, intelectual y físico de sus estudiantes, que por lo
mismo, es comprensible la desilusión que le provocan todos los que siendo
brillantes se empeñan en no estudiar o en comportarse caprichosos, rebeldes o
desafiantes ante su autoridad; a su angustia por aquellos que no pueden avanzar
al ritmo que él quisiera debido a que sufren algún tipo de discapacidad, ya sea
física o mental o tan solo por falta de madurez, que se los impide. El trabajar
con grupos de más de veinticinco estudiantes, tan diferentes entre sí y se presentan muy a menudo, le ocasionan un desgaste físico y emocional;
y esto sin mencionar la revisión de tareas, la preparación de clases, la
elaboración de y evaluación de exámenes, el manejo de lista de asistencia y
calificaciones, el asistir a seminarios y cursos, el tiempo invertido en
lecturas de investigación, la redacción de resúmenes, el llenado de boletas, y,
por si fuera poco, la atención que tendrá que dedicar a los padres de familia,
generalmente molestos por alguna razón, que piden hablar con él. Con todo esto
no cabe duda que solo con una vocación le permitirá no nada más mantenerse a
flote, sino alcanzar la excelencia como profesional.
El maestro es una persona muy especial. Como se verá,
no basta tampoco con el dominio de todas las técnicas y las habilidades docentes
para ser un buen educador. Si los niños pequeños lo ponen nervioso, los más
grandes lo sacan de quicio y para colmo no entienden a los pre-adolescentes, muy
poco lograra dedicándose a la enseñanza en estos niveles, luego entonces,
deberá ser de su agrado trabajar con niños y tendrá que estar convencido de la
importancia de su labor.
Lcda. María de los Ángeles
Lcda. María de los Ángeles